Las estructuras construidas con hormigón in situ y con elementos prefabricados coexisten desde hace siglos: El hormigonado de componentes a partir de áridos o piedras sueltas unidos con un ligante y la prefabricación de grandes unidades de piedra, siempre fueron dos alternativas en la construcción. Esto significa que ambas técnicas pueden ser adecuadas y pueden representar la solución óptima en función de los requisitos de rendimiento y las condiciones del entorno. Ya hace más de 3000 años, de las canteras se obtenían grandes bloques de piedra (cuyo acabado final se realizaba eventualmente en obra), que luego se montaban como columnas, dinteles, placas o bloques en edificios públicos (fig. 1) y murallas de la ciudad, así como la grava suelta o los ladrillos normales se utilizaban con un ligante para la construcción de elementos de mampostería in situ. A finales del siglo 19 surgió el hormigón moderno, una piedra artificial que se podía moldear de la forma deseada. Muy pronto se comenzaron a hormigonar partes de estructuras, como muros, vigas, forjados, columnas, etc., en ocasiones fuera de su posición final, es decir, se prefabricaban y a continuación se montaban e integraban así en la estructura. En estas aplicaciones se implicaron grandes ingenieros: el francés F. Coignet para vigas y elementos de muro y el inglés G. Atterbury para elementos de muro para la construcción de viviendas. Más adelante, el italiano P. L. Nervi diseñó y construyó estructuras abovedadas excepcionales (fig. 2a). Este tipo de prefabricación tenía lugar principalmente de forma manual e in situ, rara vez en fábricas, y aún no podía considerarse como industrial. Aproximadamente en 1930, E. Freyssinet desarrolló la técnica del pretensado de componentes de hormigón. Aplicó tensión a alambres de armadura altamente resistentes (de acero), dotándolos de una resistencia considerablemente más elevada, lo que hizo posible la construcción de estructuras más ligeras. Él también fabricaba elementos para sus estructuras. La prefabricación cercana a obra continuó desarrollándose y se benefició de las nuevas posibilidades. La cúpula que P. L. Nervi construyó a final de los años 1950 para los Juegos Olímpicos en Roma, alcanzó con elementos prefabricados modulares un efecto arquitectónico y estructural que hubiera sido imposible lograr con los métodos tradicionales (fig. 2b). No obstante, no fue hasta mediados del siglo 20 cuando se comenzó a apreciar una prefabricación moderna e industrial.
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